Se mueven incesantemente, desaparecen, se entrecruzan y se hacen una, se toman de la mano. Existen pero en ellas no hay luz porque son la proyección de cuerpos que la interceptan. Imperceptibles en la noche donde generan más oscuridad; atemorizan.Protegen o amenazan, no podemos escaparnos, somos seres con sombra.
La luz juega con ellas dándoles diferentes formas; se hacen altas, se achican, se ensanchan y sobre el mediodía desaparecen haciéndose casi uno con nuestra figura.
Jugamos a provocarlas, pero ellas también lo hacen; nos evaden y no llegamos a alcanzarlas.
Pero no son estas, las que surgen con los rayos de luz, las más temibles. Son amenazantes las sombras interiores, la oscuridad que nos persigue por dentro, esa que nos genera un vacío interno, como si algo faltara. Esas oscuridades que a veces se agrandan, se ensanchan o se hacen pequeñas cuando encontramos sosiego. Con ellas no jugamos; las sufrimos y tratamos de evitarlas. Su presencia nos genera tristeza e incertidumbre.
Necesitamos aquella luz que lo ilumina todo en forma tan potente que diluye las sombras y las espanta. La que crece si la dejamos, que produce paz y seguridad, esa luz que nos salva...