Creo
que no hay nadie que se sienta cómodo en presencia de un niño “malcriado”, y
uso esa expresión para referirme a aquellos chicos que carecen de disciplina. Los
que como no tienen corrección por parte de los padres hacen tanto en casa como afuera
“lo que quieren”.
Son
chicos que suelen transgredir las normas y desafiar las figuras de autoridad.
Durante la etapa escolar para los maestros son de difícil control; muchas veces
se deben citar a los padres por la conducta de sus hijos y erróneamente estos
se constituyen en ocasiones como acérrimos defensores de sus hijos perpetuando su
actitud.
El trastorno
por hiperactividad ha venido a ser en los últimos años la excusa perfecta para
padres que no ponen límites. Muchos niños son mal diagnosticados con esta “enfermedad”
y se someten a tratamientos psicoterápicos y farmacológicos que no darán
resultado. Es una justificación a un problema en casa.
Consecuentemente
a esto tendremos en la sociedad un joven que no sabe tratar al adulto, respetar
las jerarquías y las normas básicas de convivencia. Serán también padres que
difícilmente sepan poner límites porque nunca los tuvieron.
Si digo
que la disciplina requiere castigo físico muchos me van tildar de violenta por
eso creo que es necesario diferenciar entre violencia y disciplina. En
ejercicio del primer término están los padres que le pegan a sus hijos, los
insultan o los menosprecian sin motivo o por irritarse por pequeñas travesuras.
La disciplina, en cambio, busca tratar de que el otro reconozca las normas y
aprenda a respetarlas; hay niños que responderán rápidamente a un reto y con
otros será necesario el “chirlo” o la penitencia. La condición sine qua non
para ejercerla correctamente es el amor.
Todo
esta introducción era en realidad para llevar el tema hacia la disciplina de
Dios a sus hijos (o sea, nosotros).
La
biblia no es ajena al concepto de disciplina y Dios muestra a través de ella el
ejercicio de acciones disciplinarias.
En
hebreos 12: 5-6 dice:
“Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te
desanimes al ser reprendido por Él; porque el Señor al que AMA, disciplina, y
azota a todo el que tiene por hijo. Es para
vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay
a quien su padre no discipline?”
“el Señor nos disciplina para que no seamos
juzgados con el mundo” dice en 1 Corintios.
Cometemos
el error muchas veces de creer que Dios como es bueno y misericordioso no se
enoja cuando hacemos cosas malas y no va a reaccionar.
Es
verdad que no todas las veces que transgredimos las normas de Dios nos
castigará con llagas dolorosas que tendremos que rascar con una rama, pero la
disciplina en algún momento se hace presente para llamarnos la atención y no
necesariamente implicará un castigo físico.
¿A
quién disciplina Dios? AL QUE AMA, AL QUE TIENE POR HIJO. El pasaje no se está haciendo referencia a toda
la humanidad sino a aquellos que han sido reconciliados con Él y se han
convertido en sus hijos.
Mientras
que la violencia no tiene ningún fin la disciplina de Dios tiene uno que es: “para nuestro bien, para que participemos
de su santidad”.
La
santidad de Dios implica un carácter intachable, puro, alejado de todo mal; por
lo tanto su disciplina no es una acción
caprichosa, sino amorosa, y que busca acercarnos a su presencia con una
condición aceptable.
La
disciplina aplicada en el momento justo y con amor no deja en el corazón del
disciplinado rencor, si, inevitablemente, causará molestia u enojo pero con el tiempo eso se transformará en
entendimiento de la perfecta voluntad del Padre.
Para
terminar me gusta en ese mismo capítulo de Hebreos cuando dice:
“Por tanto, fortaleced las manos débiles y las rodillas que
flaquean, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que la pierna coja
no se descoyunte, sino que se sane”.
Termina
ese fragmento con un llamado a la rectitud. Somos personas redimidas pero con
un corazón tendiente al pecado, fácilmente dejamos el camino recto y de asfalto
para irnos a la banquina llena de pozos y piedras. Nuestra cojera es natural,
es consecuencia de nuestra naturaleza y cuanto peor sea el camino que caminemos
más cerca estaremos de una lesión profunda. Una pierna descoyuntada implica una
persona que ya no puede caminar.
Andar en los caminos de Dios trae alivio y sanidad mas allá de lo físico, sana
nuestro corazón, nos acerca a Él con toda su santidad y nos hace sensibles a su
voz de amor.
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