domingo, 1 de abril de 2012

- amorosa disciplina -


Creo que no hay nadie que se sienta cómodo en presencia de un niño “malcriado”, y uso esa expresión para referirme a aquellos chicos que carecen de disciplina. Los que como no tienen corrección por parte de los padres hacen tanto en casa como afuera “lo que quieren”.
Son chicos que suelen transgredir las normas y desafiar las figuras de autoridad. Durante la etapa escolar para los maestros son de difícil control; muchas veces se deben citar a los padres por la conducta de sus hijos y erróneamente estos se constituyen en ocasiones como acérrimos defensores de sus hijos perpetuando su actitud.
El trastorno por hiperactividad ha venido a ser en los últimos años la excusa perfecta para padres que no ponen límites. Muchos niños son mal diagnosticados con esta “enfermedad” y se someten a tratamientos psicoterápicos y farmacológicos que no darán resultado. Es una justificación a un problema en casa.
Consecuentemente a esto tendremos en la sociedad un joven que no sabe tratar al adulto, respetar las jerarquías y las normas básicas de convivencia. Serán también padres que difícilmente sepan poner límites porque nunca los tuvieron.
Si digo que la disciplina requiere castigo físico muchos me van tildar de violenta por eso creo que es necesario diferenciar entre violencia y disciplina. En ejercicio del primer término están los padres que le pegan a sus hijos, los insultan o los menosprecian sin motivo o por irritarse por pequeñas travesuras. La disciplina, en cambio, busca tratar de que el otro reconozca las normas y aprenda a respetarlas; hay niños que responderán rápidamente a un reto y con otros será necesario el “chirlo” o la penitencia. La condición sine qua non para ejercerla correctamente es el amor.

Todo esta introducción era en realidad para llevar el tema hacia la disciplina de Dios a sus hijos (o sea, nosotros).
La biblia no es ajena al concepto de disciplina y Dios muestra a través de ella el ejercicio de acciones disciplinarias.
En hebreos 12: 5-6 dice:
“Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del Señor, ni te desanimes al ser reprendido por Él; porque el Señor al que AMA, disciplina, y azota a todo el que tiene por hijo. Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?
“el Señor nos disciplina para que no seamos juzgados con el mundo” dice en 1 Corintios.
Cometemos el error muchas veces de creer que Dios como es bueno y misericordioso no se enoja cuando hacemos cosas malas y no va a reaccionar.
Es verdad que no todas las veces que transgredimos las normas de Dios nos castigará con llagas dolorosas que tendremos que rascar con una rama, pero la disciplina en algún momento se hace presente para llamarnos la atención y no necesariamente implicará un castigo físico.

¿A quién disciplina Dios? AL QUE AMA, AL QUE TIENE POR HIJO. El pasaje no se está haciendo referencia a toda la humanidad sino a aquellos que han sido reconciliados con Él y se han convertido en sus hijos.
Mientras que la violencia no tiene ningún fin la disciplina de Dios tiene uno que es: “para nuestro bien, para que participemos de su santidad”.

La santidad de Dios implica un carácter intachable, puro, alejado de todo mal; por lo tanto su disciplina  no es una acción caprichosa, sino amorosa, y que busca acercarnos a su presencia con una condición aceptable.
La disciplina aplicada en el momento justo y con amor no deja en el corazón del disciplinado rencor, si, inevitablemente, causará molestia u enojo pero  con el tiempo eso se transformará en entendimiento de la perfecta voluntad del Padre.

Para terminar me gusta en ese mismo capítulo de Hebreos cuando dice:
“Por tanto, fortaleced las manos débiles y las rodillas que flaquean, y haced sendas derechas para vuestros pies, para que la pierna coja no se descoyunte, sino que se sane”.
Termina ese fragmento con un llamado a la rectitud. Somos personas redimidas pero con un corazón tendiente al pecado, fácilmente dejamos el camino recto y de asfalto para irnos a la banquina llena de pozos y piedras. Nuestra cojera es natural, es consecuencia de nuestra naturaleza y cuanto peor sea el camino que caminemos más cerca estaremos de una lesión profunda. Una pierna descoyuntada implica una persona que ya no puede caminar.
Andar en los caminos de Dios trae alivio y sanidad mas allá de lo físico, sana nuestro corazón, nos acerca a Él con toda su santidad y nos hace sensibles a su voz de amor.

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