El crepúsculo los enfrentó; una vez mas la leyenda se hacía realidad en ellos. Los separaba un cielo, un espacio eterno.
Se miraron con resignación; ella intentó alcanzarlo y aunque se movió rápido fue en vano, él, desaparecía.
Lo recordó calor, casi fuego; pero en este instante de adiós lo notó débil. Desapareció lánguido en el horizonte.
Quedó sola, inerte, con ese brillo pálido que la caracterizaba. Observó a los enamorados que caminaban por el parque, jugaban en las esquinas y se besaban en los zaguanes. Ignoraban su dolor. Pensó en él y lo extrañó.
Pasaron las horas y la noche se deshizo, ya se iba cuando el llegó.
En este amanecer era él quien intentaba alcanzarla. Trepó por las nubes brillando con toda su fuerza, con sus rayos intentó tocarla pero no lo logró, su espalda se alejaba.
No importa pensó, esperaría aquella tarde. Sabía que en este nuevo ocaso, y aunque sea por un breve instante, mientras su brillo una vez mas se apagaba la alcanzaría a ver.