martes, 12 de noviembre de 2013

Tiempo sin tiempo


Preciso tiempo necesito ese tiempo
que otros dejan abandonado
porque les sobra o ya no saben
que hacer con él
tiempo
en blanco
en rojo
en verde
hasta en castaño oscuro
no me importa el color
cándido tiempo
que yo no puedo abrir
y cerrar
como una puerta

tiempo para mirar un árbol un farol
para andar por el filo del descanso
para pensar qué bien hoy es invierno
para morir un poco
y nacer enseguida
y para darme cuenta
y para darme cuerda
preciso tiempo el necesario para
chapotear unas horas en la vida
y para investigar por qué estoy triste
y acostumbrarme a mi esqueleto antiguo

tiempo para esconderme
en el canto de un gallo
y para reaparecer
en un relincho
y para estar al día
para estar a la noche
tiempo sin recato y sin reloj

vale decir preciso
o sea necesito
digamos me hace falta
tiempo sin tiempo.

    Mario Benedetti

miércoles, 2 de octubre de 2013

-- Lucas, sus pudores ---



   En los departamentos de ahora ya se sabe, el invitado va al baño y los otros siguen hablando de Biafra y de Michel Foucault, pero hay algo en el aire como si todo el mundo quisiera olvidarse de que tiene oídos y al mismo tiempo las orejas se orientan hacia el lugar sagrado que naturalmente en nuestra sociedad encogida está apenas a tres metros del lugar donde se desarrollan estas conversaciones de alto nivel, y es seguro que a pesar de los esfuerzos que hará el invitado ausente para no manifestar sus actividades, y los de los contertulios para activar el volumen del diálogo, en algún momento reverberará uno de esos sordos ruidos que oir se dejan en las circunstancias menos indicadas, o en el mejor de los casos el rasguido patético de un papel higiénico de calidad ordinaria cuando se arranca una hoja del rollo rosa o verde.
   Si el invitado que va al baño es Lucas, su horror sólo puede compararse a la intensidad del cólico que lo ha obligado a encerrarse en el ominoso reducto. En ese horor no hay neurosis ni complejos, sino la certidumbre de un comportamiento intestinal recurrente, es decir que todo empezar lo mas bien, suave silencioso, pero ya al final, guardando la misma relación de la pólvora con los perdigones en un cartucho de caza, una detonación mas bien horrenda hará temblar los cepillos de dientes en sus soportes y agitarse la cortina de plástico de la ducha.
   Nada puede hacer Lucas para evitarlo; ha probado todos los métodos, tales como inclinarse hasta tocar el suelo con la cabeza, echarse hacia atrás al punto de que los pies rozan la pared de enfrente, ponerse de costado e incluso, recurso supremo, agarrarse las nalgas y separarlas lo más posible para aumentar el diámetro del conducto proceloso. Vana es la multiplicación de silenciadores tales como echarse sobre los muslos todas las toallas al alcance y hasta las salidas de baño de los dueños de casa; prácticamente siempre, al término de lo que hubiera podido ser una agradable transferencia, el pedo final prorrumpe tumultuoso.
   Cuando le toca a otro ir al baño, Lucas sufre por él pues está seguro que de un segundo a otro resonar el primer halalí de la ignominia; lo asombra un poco que la gente no parezca preocuparse demasiado por cosas así, aunque es evidente que no están desatentas de lo que ocurre e incluso lo cubren con choques de cucharitas en las tazas y corrimientos de sillones totalmente inmotivados. Cuando no sucede nada, Lucas se siente feliz y pide de inmediato otro coñac, al punto que termina por traicionarse y todo el mundo se da cuenta de que había estado tenso y angustiado mientras la señora de Broggi cumplimentaba sus urgencias. Cuán distinto, piensa Lucas, de la simplicidad de los niños que se acercan a la mejor reunión y anuncian:
Mamá, quiero caca. Qué bienaventurado, piensa a continuación Lucas, el poeta anónimo que compuso aquella cuarteta donde se proclama que no hay placer más exquisito / que cagar bien despacito / ni placer más delicado / que despues de haber cagado. Para remontarse a tales alturas ese señor debía estar excento de todo peligro de ventosidad intempestiva o tempestuosa, a menos que el baño de su casa estuviera en el piso de arriba o fuera esa piecita de chapas de zinc separada del rancho por una buena distancia.

   Ya instalado en el terreno poético, Lucas se acuerda del verso del Dante en el que los condenados avevan dal cul fatto trombetta, y con esta remisón mental a la más alta cultura se considera un tanto disculpado de meditaciones que poco tienen que ver con lo que está diciendo el docotor Berenstein a propósito de la ley de alquileres.
                                                                                         Julio Cortázar

sábado, 28 de septiembre de 2013

-. Carreras Secretas .-

La teoría según la cual todos los objetos del universo se influyen mutuamente, aun más allá de la casualidad y el silogismo, ha sido sostenida por muchas civilizaciones.  Se sabe que la visión de un meteorito asegura el cumplimiento de un anhelo. La incompetencia de los emperadores chinos produce terremotos. el futuro imprime advertencias en las entrañas de las aves.  La adecuada pronunciación de una palabra puede destruir el mundo.
Yo, desde chico, he participado - sin admitirlo - de estas convicciones. Con toda frecuencia, me imponía sencillas maniobras y preveía unas módicas sanciones para el caso de su incumplimiento. Antes de acostarme, cerraba las puertas de los roperos, sabiendo que si no lo hacía debería soportar pesadillas. bajaba de la cama con el pie derecho. Evitaba pisar baldosas celestes. Al interrumpir la lectura, cuidaba de hacerlo en una palabra terminada en ese.  Los castigos que imaginaba eran al principio leves. Pero después empecé a jugar fuerte. Si me cortaba las uñas por las noches, mi madre moriría; si hablaba con un japonés, quedaría mudo; si no alcanzaba a tocar las ramas de algunos árboles, dejaría de caminar para siempre.
Este repertorio legislativo fue creciendo con el tiempo y al llegar a mi adolescencia, mi vida transcurría en medio de una intrincada red de obligaciones y prohibiciones, a menudo contradictorias.  Todo se hizo más simple - más dramático - cuando descubrí las carreras secretas.  Describiré sus reglas. Se trata de elegir en la calle a una persona de caminar ágil y proponerse alcanzarla antes de llegar a un punto establecido. Está rigurosamente prohibido correr.  Antes del comienzo de cada justa, se deciden las recompensas y penalidades; si llego a la esquina antes que el pelado, aprobaré el examen de lingüística.  Durante largos años, competí sin perder jamás. Me asistía una ventaja decisiva: mis adversarios no estaba enterados de su participación y por lo tanto, casi no oponían resistencia. Obtuve premios fabulosos. En Constitución, me aseguré vivir más de noventa años. En la calle Solis, garanticé la prosperidad de mis familiares y amigos. En el subterráneo de Palermo, por escaso margen, logré que dios existiera.  Tantas victorias me volvieron imprudente. Cada vez elegía rivales más difíciles de alcanzar. Cada vez los castigos que me prometía eran más horrorosos.
Una tarde, al bajar del tren en Retiro, puse mis ojos en un marinero que marchaba a unos veinte pasos delante de mí. Me hice el propósito de alcanzarlo antes de la puerta del andén. Con el coraje y la generosidad que suelen ser hijos del aburrimiento, resolví jugármelo todo. Una vida feliz, si ganaba. Una existencia mezquina, si perdía. Y como una compadreada final, me vacié los bolsillos: aposté el amor de la mujer deseada.  Apuré la marcha. Poco a poco fui acortando las ventajas que el joven me llevaba. Las dificultades comenzaron pronto: un familión me cerró el camino y perdí unos segundos preciosos. Al borde del ridículo, ensayé el más veloz de los pasos gimnásticos. El infierno me envió unos changadores en sentido contrario. Después tuve que eludir a unas colegialas que se divertían empujándose. La carrera estaba difícil, tuve miedo.  Ya cerca de la meta, conseguí ponerme a la par del marinero. Lo miré y descubrí algo escalofriante: él también competía. Y no estaba dispuesto a dejarse vencer. Había en sus ojos un desafío y una determinación que me llenaron de espanto.  En los últimos metros, perdimos toda compostura. Pedíamos permiso a los gritos y sin el menor pudor, empujábamos a cualquiera. Pensé en la mujer que amaba y estuve al borde del sollozo. En el último instante, cuando ya parecía perdido, una reserva misteriosa de fortaleza y valor me permitió cruzar la puerta con lo que yo creí una ínfima ventaja.  Sentí alivio y felicidad. Pensé que aquella misma noche mis sueños amorosos empezarían a cumplirse. No pude reprimir un ademán de victoria. Alcé los brazos y miré al cielo.
Después, como en un gesto de cortesía, busqué al marinero. Lo que vi me llenó de perplejidad. También él festejaba con unos saltitos ridículos. Por un instante nos miramos y hubo entre nosotros un no expresado litigio.  Era evidente que aquel hombre creía haberme ganado. Sin embargo, yo estaba seguro de haberle sacado, al menos, una baldosa.  Entonces dudé. ¿Había calculado bien? ¿Cuál sería el procedimiento legal en estos casos? Desde luego, no me atrevía con el marinero. Me alejé confundido y pensé que pronto conocería el veredicto.
Una vida dichosa, un amor correspondido, darían fe de mi triunfo. La suerte aciaga, el rechazo terco, me harían comprender la derrota.  Pasaron los años y nunca supe si en verdad gané aquella carrera. Muchas veces fui afortunado, muchas otras conocí la desdicha.  La mujer de mis sueños me aceptó y rechazó sucesivamente.  Todas las noches pienso en buscar a aquel marinero y preguntarle cómo lo trata la suerte. Solamente él tiene la respuesta acerca de la exacta naturaleza de mi destino. Quizá, en alguna parte, también él me esté buscando.  Me niego a considerar una posibilidad que algunos amigos me han señalado: la inoperancia de los triunfos o derrotas obtenidos en carreras secretas.
Alejandro Dolina

lunes, 16 de septiembre de 2013

.-. Frío .-.


  Afuera está tan frío, o quizá adentro, la verdad es que ya no se. Parece que han pasado eones y las estaciones se han extinto reiteradamente mientras yo, convencida del error, e tratado de actuar diferente, de ser lo que fui, de caminar de la misma manera.
   Me siento extraña, enajenada, sin fuerzas y lejos de vos. Culpa, miedo, enojo, un montón de sentimientos se agolpan en mi cabeza pero no cambio, persisto en el error.
   No el error de no amarte, si el de no buscarte, de no dedicar cada segundo de mi vida a estar con vos.
   Otra vez hace frío y ese frío cala hondo, se siente en todo el cuerpo y no encuentra calor. Un invierno interno que no parece pasar nunca.

lunes, 19 de agosto de 2013

~. Ausencias .~

El reloj sin pilas que detuvo el tiempo,
los brazos de la Venus de Milo,
las tardes de mates y silencios. 

Viajeros del futuro en este presente,
las hamacas del parque en un día de lluvia,
nuestras palabras y risas.

Los 8 y 9 en la baraja española,
las peras del olmo del vecino,
los abrazos de despedida, y de llegada.

Son ausencias mías, nuestras,
que se sienten hondas, se palpan.
Muchos días sin vos y sin mi.

Daiana Lebed Avondet

sábado, 17 de agosto de 2013


"Atardece y en el camino no quedan mas que árboles secos, nostalgias de otros tiempos. 
Me muevo lento y observo, siento como la sal me roza los pies. Pienso que quizá es el ocaso el momento del día donde este paisaje alcanza su mayor hermosura. 
¿Existen amaneceres para lo que se halla en ruinas?... Veo mi reflejo en el agua y sonrío; he encontrado la respuesta." 
Daiana

jueves, 11 de julio de 2013

// Otros //

Te miré pero no te vi como vos sos, 
te vi yo. 
Te sentí con mis inquietudes y emociones. 
Te identifiqué con mis miedos, mis certezas 
e incertidumbres. 
Te hablé como me hablaría yo,
te traspasé mis defectos y los doblé;
te subestimé.
Me di cuenta que eras otro pero lo ignoré,
preferí verte yo, pero mas débil.
En ese mirarte sin verte no te amé,
desestimé tu identidad e individualidad, 
te ignoré.
Fui incapáz de sentir tu dolor y me aliené;
Como me alieno siempre, 
como extrapolo siempre a los otros en yo.

Daiana Lebed Avondet

viernes, 24 de mayo de 2013

Encuentros... Desencuentros

El crepúsculo los enfrentó; una vez mas la leyenda se hacía realidad en ellos. Los separaba un cielo, un espacio eterno.
Se miraron con resignación; ella intentó alcanzarlo y aunque se movió rápido fue en vano, él, desaparecía.
Lo recordó calor, casi fuego; pero en este instante de adiós lo notó débil. Desapareció lánguido en el horizonte.
Quedó sola, inerte, con ese brillo pálido que la caracterizaba. Observó a los enamorados que caminaban por el parque, jugaban en las esquinas y se besaban en los zaguanes. Ignoraban su dolor. Pensó en él y lo extrañó.
Pasaron las horas y la noche se deshizo, ya se iba cuando el llegó.
En este amanecer era él quien intentaba alcanzarla. Trepó por las nubes brillando con toda su fuerza, con sus rayos intentó tocarla pero no lo logró, su espalda se alejaba.
No importa pensó, esperaría aquella tarde. Sabía que en este nuevo ocaso, y aunque sea por un breve instante, mientras su brillo una vez mas se apagaba la alcanzaría a ver.

miércoles, 3 de abril de 2013

- Sentido -

Viento, el agua del río que corre incesante hacia el mar. Pasos que se apresuran en las calles para llegar a ningún lado.
Vacío.
Gemidos callados de corazones hastiados del ruido y el sinsentido.
Se asoma la mañana y el gentío se dispersa entre las calles grises. No existe uno. Desaparece el sujeto y surge el colectivo. Miles de seres que buscan sentido.
Sentido que no hallan entre más y más ruido. Las formas de las cosas que prometen algo les nubla el juicio.
Felicidades efímeras, sabidurías baratas, respuestas parciales.
La noche cae y el bullicio se apaga. Ahora es uno en soledad en su casa vacía; soledad fría y eterna.
El silencio, cruel asesino que se agazapa en los oscuros rincones. ¿Dónde estás sentido? ¿Acaso es el hombre una brisa en el viento?
Dormita inquieto y sueña esperanzado.
Entre sueños ve un reflejo de luz, una cruz, lo que parece una tumba vacía y se escucha un canto. 
Se levanta perplejo y después de mucho tiempo sonríe sincero.
Esperanza.
Daiana Lebed Avondet

domingo, 20 de enero de 2013

- La mentira del éxito -

G.K.CHESTERTON

Han surgido en nuestros días, un tipo en particular de libros y artículos que creo firmemente que pueden considerarse los más idiotas que ha conocido la humanidad. Son más descabellados que la novela de caballerías más absurda , más aburridos que el más soporífero panfleto religioso. Con la agravante de que las novelas de caballerías trataban del ideal del caballero andante, los panfletos religiosos de la religión, pero estos no tratan de nada. Tratan de lo que llaman triunfar. En cada quiosco y en cada revista, encuentras obras que le explican a la gente como triunfar en lo qué sea. Están escritos por gente que ni siguiera triunfa en escribir un libro. Para empezar, no existe, por supuesto, el éxito. O, por así decirlo, no hay nada que no lo sea. Decir que algo es un éxito sencillamente es decir que existe. El millonario es un éxito siendo un millonario y un asno siendo un asno. Cualquier persona viva triunfa en la empresa de seguir viviendo, y cualquier muerto puede decirse que ha tenido éxito suicidándose. Pero, al igual que hacen estos escritores, pasemos por alto la mala filosofía y deficiente lógica de la frase, usaremos el sentido común de la expresión que dice que el éxito es ganar mucho dinero o triunfar en sociedad. Estos escritores pretenden decirle a un hombre corriente cómo puede triunfar en su trabajo o negocio. Si es un albañil, cómo triunfar poniendo ladrillos. Si es un agente de bolsa, cómo triunfar negociando valores. Pretenden decirle cómo, si es un tendero, se convertirá en el dueño de un yate, si es un periodista de tercera, en un par del reino, si es un alemán, en un inglés. Es una clara proposición mercantil y creo que la gente que compra estos libros, si es que alguien lo hace, tiene el derecho moral, si no legal, de exigir que les devuelvan el dinero. Nadie se atrevería a publicar un manual sobre electricidad que literalmente no dijese nada sobre la electricidad, o una articulo de botánica que dejase claro que el escritor no sabe que extremo de la planta hecha raíces en el suelo. Sin embargo, el mundo actual esta repleto de libro sobre el éxito y los triunfadores que, hablando estrictamente, no contienen idea alguna y apenas están redactados coherentemente.
Está muy claro que en cualquier trabajo honrado, cómo poner ladrillos o escribir libros, solo hay dos maneras de triunfar. Una es trabajando muy bien, otra engañando a la gente. Las dos son demasiado sencillas cómo para requerir que las expliques en un libro. Si te dedicas al salto de altura, o saltas más alto o de alguna forma aparentas que lo has hecho. Si quieres triunfar jugando al whist, o juegas muy bien o llevas cartas marcadas. Puedes desear un libro sobre el salto de altura, puedes desear un libro sobre la cómo jugar al whist, puedes desear un libro sobre la manera de hacer trampas jugando al whist. Lo que no puedes desear es un libro sobre el éxito. Y menos como los que encuentras por centenares esparcidos por el mercado editorial. Puede que desees saltar o jugar a las cartas, pero lo que no puedes desear es leer frases inconexas que te dicen que saltar es saltar o que los juegos los ganan los ganadores.
Si, por poner un ejemplo, esta gente escribiese algo sobre el éxito en el salto de altura, sería algo así: El saltador debe tener un objetivo definido en frente de sí. Debe desear saltar más alto que los demás competidores. No debe permitir que patéticos sentimientos de piedad, propios de pacifistas o partidarios de los Boers, le frenen a la hora de dar lo mejor de sí mismo. Debe recordar que una competición de salto es competitiva y como Darwin ha declarado para su gloria LOS DEBILES AL PAREDÓN.
Esto es lo que pondría en un libro de estos. Podría resultar sin dudarlo, muy útil. Sobre todo si se lee, en voz baja y tensa, a un hombre joven que estuviese a punto de participar en una competición de salto.
O supongamos que estos filósofos del éxito, en uno de sus paseos, se encontrasen con nuestro segundo ejemplo. Eso es lo que dirían: jugando a las cartas, es necesario evitar el error, en el que incurren con frecuencia humanitarios sentimentales y partidarios del libre comercio, de permitir ganar al contrario. Hacen falta agallas y entrar para ganar. Los tiempos del idealismo y la superstición han pasado. Vivimos en una época de ciencia y sentido común, y se ha demostrado científicamente que en un juego para dos personas, GANA UNO DE LOS DOS.
Por supuesto, todo esto es muy emocionante. Pero jugando a las cartas, preferiría tener un librito que explicase las reglas del juego. Más allá de las reglas del juego, es cuestión de talento o de falta de escrúpulos. Ya me ocuparé yo de proporcionar uno u otra. Aunque no diré cual.
Cogiendo un ejemplar de una revista de amplia circulación, me encuentro con un ejemplo raro y divertido. Es un artículo titulado “El instinto que enriquece a la gente”, en su primera pagina hay un retrato enorme de Lord Rothschild. Hay mucho métodos concretos, honrados y fraudulentos, de amasar una fortuna. El único instinto que conozco que haga esto, es el instinto que la teología cristiana llama, con tanta ordinariez, “ el pecado de avaricia” Lo que, por supuesto, queda al margen de la cuestión que nos ocupa. Citaré un párrafo, una muestra exquisita del típico consejo sobre la manera de triunfar. Es tan práctico que apenas deja lugar a la duda sobre cual debe ser el siguiente paso.
"El apellido Vanderbilt es sinónimo de riqueza amasada por empresas modernas. Cornelio, el fundador del clan, fue el primer gran magnate americano del comercio. Empezó en la vida como el hijo de un granjero pobre, terminó siendo veinte veces millonario.
Suyo era el instinto de ganar dinero. Atrapó al vuelo las oportunidades que le proporcionaron las maquinas de vapor, el comercio trasatlántico y el nacimiento del sistema de ferrocarriles en Estados Unidos, dotados de recursos materiales que estaban por explotar. Por todo ello, amasó una fortuna inmensa.
Por supuesto, esta claro que no se pueden seguir exactamente los pasos de este monarca de los ferrocarriles. Las oportunidades concretas que se le aparecieron no surgen ante nosotros. Las circunstancias han cambiado. Pero aunque esto sea así, en nuestro entorno podemos aplicar sus métodos generales. Podemos atrapar las oportunidades que se nos ofrecen y así darnos a nosotros mismos una buena posibilidad de alcanzar la riqueza."
En estos comentarios tan raros, vemos claramente lo que subyace en estos artículos y libros. No es simplemente el mundo de los negocios, ni siquiera el puro cinismo. Es misticismo, el horrible misticismo del dinero. El autor de ese párrafo, esta resulta evidente que no tenia la más remota idea de cual fue la manera en que Vanderbilt amasó su fortuna ni de la manera en que nadie lo hace. Termina su argumentación defendiendo una especie de plan que no tiene nada que ver con Vanderbilt. Simplemente, ansiaba postrarse a los pies del misterio de un millonario. Porque cuando de verdad se adora algo, amamos tanto su claridad como su oscuridad. Nos sentimos exultantes ante su invisibilidad. Por ejemplo, un hombre que ama a una mujer encuentra un placer especial incluso en los momentos en que ella se muestra poco razonable. O, por poner otro ejemplo, un poeta místico muy piadoso, alabando a su creador, se enorgullece al decir que misteriosos son sus caminos.
Ahora bien, el autor de este párrafo, es evidente que no quiere saber nada de Dios y a juzgar por lo poco practico de su carácter, es dudoso que alguna vez conociese, de verdad, el amor de una mujer. Pero trata al objeto de su adoración, Vanderbilt, con idéntico misticismo. Se regodea en que su dios, Vanderbilt, le oculta algo. Tiene el alma embelesada de astucia, un éxtasis propio de un sacerdote, con la pretensión de que va a revelar a las multitudes el terrible secreto que él mismo ignora.
Hablando del sentido que enriquece, el mismo autor escribe:
"En la antigüedad, su existencia era claramente reconocida. Los griegos la sacralizaron en la historia de Midas, que convertía en oro cuanto tocaba. Su vida era un paseo por entre la riqueza. Convertía en metal precioso todo lo que se le ponía por delante. Una leyenda estúpida, dijeron los sabios victorianos. Una verdad, decimos hoy en día. Todos conocemos hombres semejantes. Siempre estamos leyendo sobre hombres capaces de convertir todo en oro, incluso les vemos en persona. El éxito les sigue como un perro faldero. El sendero de su vida siempre les conduce a las alturas. Son incapaces de fracasar.." 
Pero, desgraciadamente, Midas podía fracasar. Fracasó. El sendero de su vida no le condujo siempre hacia las alturas. Se murió de hambre por que cada vez que tocaba una galleta o un bocadillo de jamón se convertían en oro. Eso era lo fundamental de la historia por más que el autor lo censure. Lo que me parece de muy buena educación al escribir al pie de un retrato de Lord Rothschild. Las viejas fábulas de la humanidad son, en verdad, insondablemente sabias, no debemos permitir que las censuren para favorecer a Lord Rothschild. No debemos tolerar que nos pongan a Midas como modelo de éxito. Fue un fracaso de un tipo raro por lo doloroso. Además tenia orejas de burro. Como otras personas prominentes y ricas, intentó ocultarlo. Si no recuerdo mal, busco a este respecto la confianza de su barbero. Y fue su barbero, quien en lugar de comportarse como un triunfador de la escuela del éxito a toda costa y chantajear a Midas, fue y susurró este magnifico cotilleo a los juntos, que disfrutaron del mismo enormemente. También se dice que los juncos se lo susurraron a los cuatro vientos mientras estos les mecían. Contemplo admirado el retrato de Lord Rothschild, leo admirado sobre las andanzas del Sr.Vanderbilt. Sé que no puedo convertir en oro cuanto toco. Pero es que nunca lo he intentado porque prefiero otras cosas, como la hierba o el buen vino. Sé que estas personas ciertamente han triunfado en algo, es seguro que han derrotado a alguien, sé que son monarcas de una manera en que ningún hombre lo fue previamente, que crean mercados y dominan los continentes. Sin embargo, me parece a mí que nos están ocultando alguna pequeña anécdota de su intimidad domestica, y, a veces, he creído escuchar en el viento las carcajadas de los juncos.
Esperemos al menos que viviremos para ver estos absurdos libros cubiertos del escarnio que merecen y siendo olvidados. No enseñan a la gente a triunfar pero sí a ser arrogantes sin razón. Enseñan una poesía maligna de lo mundano. Los puritanos siempre están atacando los libros que excitan la sexualidad. ¿Qué haremos con libros que excitan las pasiones más mezquinas del orgullo y la codicia?
Hace cien años, contábamos con el ideal del aprendiz trabajador. Se decía a los muchachos que si trabajaban mucho y ahorraban llegarían a ser senadores. Era mentira pero era viril. Contenía al menos algo de verdad moral. En nuestra sociedad, la templanza no ayuda a un hombre pobre a enriquecerse pero eleva su autoestima. Un trabajo bien hecho no le hará rico, pero le convertirá en un buen trabajador. El aprendiz trabajador ascendía por medio de virtudes que eran estrechas y angostas. Pero eran virtudes. ¿Pero qué se puede hacer con este nuevo evangelio del aprendiz trabajador que asciende, no por medio de sus virtudes, si no dejándose llevar descaradamente por sus vicios?