A modo de introducción:
El término enfermedad es fácil de definir pero tiene una bastedad de manifestaciones que no se podrían considerar todas en un texto. Reparemos entonces en el presente (texto) en cualquier alteración del estado de salud semi banal en la cual el individuo por motu propio o decisión de terceros deba permanecer en cama.
De comienzo digamos que hay una disimilitud entra la percepción infantil de la enfermedad y la de la adultez, debida a un cambio madurativo, de responsabilidades e intelectual.
Estar enfermo en la infancia podía ser el peor castigo o el mejor paraíso. Quedarse en casa mientras todos estaban en el colegio, tener que hacer las tareas en la cama (situación non grata para algunos y emocionante para otros), los mimos de mamá, la comida en la cama, la televisión que súbitamente se trasladaba de el comedor a la pieza para entretener al niño que se aburría por las largas horas de postración, mirar dibujitos hasta que los ojos se cristalizaban.
Alguna que otra visita y algunos te traían lo que opté por llamar “regalos de enfermedad”, estos eran en general los parientes más cercanos que veían al muchachito tan hastiado que querían hacer más placentera su estadía en cama con alguna golosina, un “chichito”, revista o prestándote la videocasetera vieja para que veas alguna peli que te guste.
El máximo recorrido que se tenía dentro de la casa era de la cama al baño, las exquisiteces culinarias consistían en sopas (en todas sus variedades), pucheros y en una de esas y dependiendo del origen de la indisposición alguna comidita sabrosa. Era como si los cocineros de un hospital se trasladaran a tu casa para hacer la tan conocida y aborrecida por todos: “comida de hospital”.
Más allá de las visitas al médico, los jarabes feos, la aspirina pisada con azúcar en una cucharita de metal, enfermarse tenía su encanto. Realmente los niños que si de algo abundábamos (y seguimos abundando pero en forma discreta) es de un sentimiento egocentrista, nos sentíamos reyes dignos de toda la atención.
Después uno se hace grande y enfermar tiene otro precio y color. Si vivís solo, es esa sensación de desamparo que te brinda la enfermedad de que aunque no queres o crees no poder tenés que hacer las cosas, y si tenés familia, no te podés dar el lujo de estar horas en la cama cuando el "mundo" alrededor tuyo se sigue moviendo, ello acrecentado por el hecho de que seas ama de casa y tengas que cocinarle a tu marido y a los chicos, lavar, planchar y demás quehaceres hogareños.
No podés faltar al trabajo por cuadros "banales", necesitás un certificado, te envían un médico de la empresa, y obviamente, nadie te va a traer la tarea del laburo a casa para que la termines. Pero… ¿qué es banal? ¿para quién es banal?, a mi me duele loco, me pincha acá, tengo fiebre, tos, la cabeza me va a explotar y tengo esa sensación de que...
En fin, en la adultez lo que solía ser una aventura llena de mimos se transforma ahora en un campo de batalla entre el inmundo microorganismo que te ataca y vos que estás dispuesto a agotar los recursos para erradicarlo de tu vida. Vengan a mi todos los antibióticos (prescriptos y autoprescriptos), antiinflamatorios, antiespasmódicos, remedios caseros, la receta de la vecina, la barrita de azufre, el azafrán, pimienta en grano, el saquito de te del mediodía y la mar en coche. De lo contrario, solo queda el mítico y oculto recurso del control mental de las funciones orgánicas y en esto el especialista es el Dr. Dwight Schrute ( http://youtu.be/Ytx1P7P4XXk ).
Mis queridos adultos enférmense con precaución este invierno. Empiecen a usar bufanda, guarden en el bunker provisiones (fideos, enlatados, te negro, galletitas, mermelada, etc), báñense dos horas antes de salir a la intemperie, abandonen el tabaco, vacúnense contra la gripe A, B, C, D, X y las que inventen, compren un termómetro, entrenen para nebulizarse con vapor y cualquier duda consulte a su matriculado mas cercano.
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