Agarraste el encendedor de nuevo. Este juego no es nuevo para vos, ya lo jugaste en tu infancia y sabés que sos resistente, que podés mantener la distancia y controlarlo, el truco consiste en respetar la línea en donde se juntan la llama, el calor y tu cuerpo.
Pero ya no sos un niño, la llama es de mayor tamaño y no hay otros participantes en este juego que comienza. En unos instantes empezaste a sentirte templado, pero sabías que había tiempo y espacio para caminar en dirección contraria a la llama. En medio del juego si el fuego aumentaba de tamaño retrocedías unos pasos y cuando menguaba volvías a la posición inicial para sentir ese suave calor.
Pasó el tiempo y te acostumbraste al fuego, su calor te resultaba placentero y te sentiste en confianza para acercarte un poco más.
Te advirtieron que estabas muy cerca, pero con seguridad eran aquellos cobardes que no se animan a hacerle frente y que cuando ven una chispa salen corriendo. Vos sin embargo podías con el fuego, y disfrutabas esa sensación placentera y riesgosa a la vez.
Una noche el fuego se hizo más vigoroso, tu cuerpo estaba caliente, te sentías afiebrado pero todavía podías escapar. Extendiste tu mano y la sensación fue dolorosamente placentera, pero al alejarla solo persistía el dolor. Ahora era momento de moverse, de alejarse de la llama unos pasos hacia atrás, pero cuando lo hiciste extrañamente el calor persistía. Diste la vuelta y viste que el fuego te rodeaba. Desesperaste, ya no podías escapar, el círculo se había cerrado y se iba encogía cada vez más. ¿cómo había que reaccionar? ¿qué hacías ahora en medio de un fuego que se acercaba cada vez más?.
Finalmente las llamas te envolvieron y experimentaste esa misma sensación de doloroso placer que habías sentido antes. No te herían por fuera, sentías el calor correr por tus venas y arterias pero lastimaba mas allá de lo físico, calcinaba tu alma, mente y emociones. Hacía añicos tu moral pero aún así disfrutabas, reías mientras te sometías a esas lenguas que parecían inextinguibles.
No puedo decir cuánto tiempo duró esa danza contradictoria entre placer y dolor pero al fin el fuego se apagó y quedaste solo en la nada, con un dolor intolerable pero que no había dejado cicatriz visible. En tu interior era como si la quemadura avanzara a pesar de haber cesado la fuente.
Te sentiste desahuciado, no sabías cuales eran las terapias para este tipo de dolor, que hacer, como reaccionar. En el camino te encontraste con sobrevivientes al fuego que aseguraban haber superado el dolor y sanado sus heridas, ellos, te hicieron sentir mejor. Entendiste que había alguien que podía sanarte, que conocía tu interior y quería hacerlo nuevo, que este, también podía disminuir tu aflicción. Esto te gustó, se sentía bien.
Con el paso del tiempo las quemaduras fueron sanando y estabas mejor, te rodeaste de ex quemados y con ellos compartiste muchas cosas, pero un día otra vez viste surgir el fuego. Esta vez su atractivo era mayor, hacía tiempo no experimentabas esa sensación. Recordaste el dolor que te había producido pero te dio nostalgia su calor, las nuevas llamas te sedujeron y en contra de todas las advertencias te acercaste nuevamente pensando que esta vez sí lo sabrías manejar. Ahora estabas entrenado y ya lo conocías como para poder dominarlo.
Tristemente la historia se repitió y otra vez quedaste en medio de la nada con la sensación de un placer pasado y un dolor persistente. Tenías demasiada vergüenza para volver con los ex quemados, a pesar de que ellos te llamaban y animaban. Esta vez te fuiste en busca del fuego, con la triste convicción de que si te seguías quemando tarde o temprano te ibas a volver insensible.
D.L.A.
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