Todas las mañanas la veía pasar, por lo general era a eso de las siete de la mañana cuando el sol ya iluminaba y calentaba la sillita apoyada en la pared, y los diarios que se amontonaban en el piso con el fin de ser vendidos. Mucho tiempo antes había unido cada una de las secciones del diario para entregarlas en el orden en que correspondían.
En realidad nunca se dijeron nada, simplemente cruzaban miradas. Un poco por a media cara en las mañanas esas de invierno en que el sol todavía no iluminaba la sillita, ni las calles. En estos días mas que miradas era un intercambio de vaharadas de vapor saliendo de las bufandas o los cuellos altos.
Él, siempre llevaba una gorra amarilla, ella; ella a veces un gorro de lana tejido por alguien.
Siempre parecía apurada y muchas veces se preguntó por qué, cuál era el motivo por el que siempre corría y esperaba ansiosamente la luz verde del semáforo o que nadie viniera para cruzar. A veces llevaba una mochila que parecía sumamente pesada, otras, un morral, y pocas veces nada.Alguna vez le pareció identificar entre tanto atuendo un guardapolvos blanco; quizá era maestra, o estaba en la escuela, o era estudiante de la facultad. Pero qué sabía el, eran tantas las posibilidades.
Se puso a pensar que hacía ya muchos años que la veía y que otras veces no caminaba, sino que en bicicleta cruzaba con osadía las calles de la ciudad.
En fin, no podía decir mucho de una desconocida; quizá ella nunca se había percatado de él, o quizá él nunca se había percatado de ella y esta historia solo estaba en su imaginario.
...al canillita de 4 y 44...
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