Hoy estaba parada en una esquina esperando la luz verde del semáforo y entonces me dí vuelta y la ví. Estaba apoyada contra la pared, desafiante, como haciéndome burla.
Me acerqué para confrontarla pero al estar frente a ella me intimidó, quizá porque era mas grande de lo que me había parecido.
Crucé la calle casi corriendo y comenzó a seguirme. En cada esquina paré para mirar atrás y ahí estaba. No importaba cuan rápido fuera, cuantas veces intentara dejarla atrás en los sémaforos, la cantidad de gente o bicicletas que esquivara. Cuando me daba vuelta estaba ahí; contra la pared, en un poste y a veces medio escondida entre la sombra de los árboles.
pocas cuadras de casa me cansé de su insistencia y dándome vuelta la encaré. Pasaban los segundos y las dos estábamos inmóviles. Es que yo no pensaba decirle nada, solo la miraba, con la intriga de saber por qué me seguía con tanto tezón. Ella, tambien inmutable, por momentos parecía confundirse con otras sombras.
Empecé a pensar que quizá podía acostumbrarme a su presencia, a su persecución constante. Que podría hasta gustarme verla en cada esquina o a ciertas horas del día debajo de mis pies. Estaba dispuesta a hacer las paces, pero en ese momento, en que iba a confesarle que ya no podría vivir sin ella, mi sombra, mi queridísima sombra, se fue detrás de aquel hombre de sombrero gris.
Triste y desesperanzada caminé a casa con la firme certeza de que uno ya no puede confiar ni en su propia sombra.
1 comentario:
muy bueno Daianita =)!
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