domingo, 9 de octubre de 2011

...de fuegos

Agarraste el encendedor de nuevo. Este juego no es nuevo para vos, ya lo jugaste en tu infancia y sabés que sos resistente, que podés mantener la distancia y controlarlo, el truco consiste en respetar la línea en donde se juntan la llama, el calor y tu cuerpo.
Pero ya no sos un niño, la llama es de mayor tamaño y no hay otros participantes en este juego que comienza. En unos instantes empezaste a sentirte templado, pero sabías que había tiempo y espacio para caminar en dirección contraria a la llama.  En medio del juego si el fuego aumentaba de tamaño retrocedías unos pasos y cuando menguaba volvías a la posición inicial para sentir ese suave calor.
Pasó el tiempo y te acostumbraste al fuego, su calor te resultaba placentero y te sentiste en confianza para acercarte un poco más.
Te advirtieron que estabas muy cerca, pero con seguridad eran aquellos cobardes que no se animan a hacerle frente y que cuando ven una chispa salen corriendo. Vos sin embargo podías con el fuego, y disfrutabas esa sensación placentera y riesgosa a la vez.
Una noche el fuego se hizo más vigoroso, tu cuerpo estaba caliente, te sentías afiebrado pero todavía podías escapar. Extendiste tu mano y la sensación fue dolorosamente placentera, pero al alejarla solo persistía el dolor. Ahora era momento de moverse, de alejarse de la llama unos pasos hacia atrás, pero cuando lo hiciste extrañamente el calor persistía. Diste la vuelta y viste que el fuego te rodeaba. Desesperaste, ya no podías escapar, el círculo se había cerrado y se iba encogía cada vez más. ¿cómo había que reaccionar? ¿qué hacías ahora en medio de un fuego que se acercaba cada vez más?.
Finalmente las llamas te envolvieron y experimentaste esa misma sensación de doloroso placer que habías sentido antes. No te herían por fuera, sentías el calor correr por tus venas y arterias pero lastimaba mas allá de lo físico, calcinaba tu alma, mente y emociones. Hacía añicos tu moral pero aún así disfrutabas, reías mientras te sometías a esas lenguas que parecían inextinguibles.
No puedo decir cuánto tiempo duró esa danza contradictoria entre placer y dolor pero al fin el fuego se apagó  y quedaste solo en la nada, con un dolor intolerable pero que no había dejado cicatriz visible. En tu interior era como si la quemadura avanzara a pesar de haber cesado la fuente.
Te sentiste desahuciado, no sabías cuales eran las terapias para este tipo de dolor, que hacer, como reaccionar. En el camino te encontraste con sobrevivientes al fuego que aseguraban haber superado el dolor y sanado sus heridas, ellos, te hicieron sentir mejor. Entendiste que había alguien que podía sanarte, que conocía tu interior y quería hacerlo nuevo, que este, también podía disminuir tu aflicción. Esto te gustó, se sentía bien.
Con el paso del tiempo las quemaduras fueron sanando y  estabas mejor, te rodeaste de ex quemados y con ellos compartiste muchas cosas, pero un día otra vez viste surgir el fuego. Esta vez su atractivo era mayor, hacía tiempo no experimentabas esa sensación. Recordaste el dolor que te había producido pero te dio nostalgia su calor, las nuevas llamas te sedujeron y en contra de todas las advertencias te acercaste nuevamente pensando que esta vez sí lo sabrías manejar. Ahora estabas entrenado y ya lo conocías como para poder dominarlo.
Tristemente la historia se repitió y otra vez quedaste en medio de la nada con la sensación de un placer pasado y un dolor persistente. Tenías demasiada vergüenza para volver con los ex quemados, a pesar de que ellos te llamaban y animaban. Esta vez te fuiste en busca del fuego, con la triste convicción de que si te seguías quemando tarde o temprano te ibas a volver insensible.
D.L.A.

viernes, 16 de septiembre de 2011

-. La gente que me gusta .-


Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace.
La gente que cultiva sus sueños hasta que esos sueños se apoderan de su propia realidad.
Me gusta la gente con capacidad para asumir las consecuencias de sus acciones, la gente que arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien se permite, huir de los consejos sensatos dejando las soluciones en manos de nuestro padre Dios.
Me gusta la gente que es justa con su gente y consigo misma, la gente que agradece el nuevo día, las cosas buenas que existen en su vida, que vive cada hora con buen ánimo dando lo mejor de si, agradecido de estar vivo, de poder regalar sonrisas, de ofrecer sus manos y ayudar generosamente sin esperar nada a cambio.
Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente, pero sin lastimarme ni herirme. La gente que tiene tacto.
Me gusta la gente que posee sentido de la justicia.
A éstos los llamo mis amigos.
Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría y la predica.
La gente que mediante bromas nos enseña a concebir la vida con humor.
La gente que nunca deja de ser aniñada.
Me gusta la gente que con su energía contagia.
Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos razonables a las decisiones de cualquiera.
Me gusta la gente fiel y persistente, que no desfallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.
Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza en reconocer que se equivocó o que no sabe algo.
La gente que, al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.
La gente que lucha contra adversidades.
Me gusta la gente que busca soluciones.
Me gusta la gente que piensa y medita internamente.
La gente que valora a sus semejantes no por un estereotipo social ni como lucen.
La gente que no juzga ni deja que otros juzguen.
Me gusta la gente que tiene personalidad.
Me gusta la gente capaz de entender que el mayor error del ser humano es intentar sacarse de la cabeza aquello que no sale del corazón.
La sensibilidad, el coraje, la solidaridad, la bondad, el respeto, la tranquilidad, los valores, la alegria, la humildad, la Fé, la felicidad, el tacto, la confianza, la esperanza, el agradecimiento, la sabiduria, los sueños, la humildad, el arrepentimiento, y el amor para los demás y propio son cosas fundamentales para llamarse GENTE.
Con gente como ésa, me comprometo para lo que sea por el resto de mi vida, ya que por tenerlos junto a mi me doy por bien retribuido...

GRACIAS POR SER DE ESA GENTE...
Mario Benedetti

viernes, 1 de julio de 2011

-. Cosas .- J.L. Borges


El volumen caído que los otros
Ocultan en la hondura del estante
Y que los días y las noches cubren
De lento polvo silencioso. El ancla
De Sidón que los mares de Inglaterra
Oprimen en su abismo ciego y blando.
El espejo que no repite a nadie
Cuando la casa se ha quedado sola.
Las limaduras de uña que dejamos
A lo largo del tiempo y del espacio.
El polvo indescifrable que fue Shakespeare.
Las modificaciones de la nube.
La simétrica rosa momentánea
Que el azar dio una vez a los ocultos
Cristales del pueril calidoscopio.
Los remos de Argos, la primera nave.
Las pisadas de arena que la ola
Soñolienta y fatal borra en la playa.
Los colores de Turner cuando apagan
Las luces en la recta galería
Y no resuena un paso en la alta noche.
El revés del prolijo mapamundi.
La tenue telaraña en la pirámide.
La piedra ciega y la curiosa mano.
El sueño que he tenido antes del alba
Y que olvidé cuando clareaba el día.
El principio y el fin de la epopeya
De Finsburh, hoy unos contados versos
De hierro, no gastado por los siglos.
La letra inversa en el papel secante.
La tortuga en el fondo del aljibe.
Lo que no puede ser. El otro cuerno
Del unicornio. El Ser que es Tres y es Uno.
El disco triangular. El inasible
Instante en que la flecha del eleata,
Inmóvil en el aire, da en el blanco.
La flor entre las páginas de Bécquer.
El péndulo que el tiempo ha detenido.
El acero que Odín clavó en el árbol.
El texto de las no cortadas hojas.
El eco de los cascos de la carga
De Junín, que de algún eterno modo
No ha cesado y es parte de la trama.
La sombra de Sarmiento en las aceras.
La voz que oyó el pastor en la montaña.
La osamenta blanqueando en el desierto.
La bala que mató a Francisco Borges.
El otro lado del tapiz. Las cosas
Que nadie mira, salvo el Dios de Berkeley.

lunes, 6 de junio de 2011

El corazón delator

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.
Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.
Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.
Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.
Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:
-¿Quién está ahí?
Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.
Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.
Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.
Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.
Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.
¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.
Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.
Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.
Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!
Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?
Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.
Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.
Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.
Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!
-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!

Edgar Allan Poe

jueves, 2 de junio de 2011

lunes, 23 de mayo de 2011

-. Lluvia .-

“La lluvia continuaba. Era una lluvia dura, una lluvia constante, una lluvia minuciosa y opresiva. Era un chisporroteo, una catarata, un latigazo en los ojos, una resaca en los tobillos. Era una lluvia que ahogaba todas las lluvias, y hasta el recuerdo de las otras lluvias. Caía a golpes, en toneladas; entraba como hachazos en la selva y seccionaba los árboles y cortaba las hierbas y horadaba los suelos y deshacía las zarzas. Encogía las manos de los hombres hasta convertirlas en arrugadas manos de mono. Era una lluvia sólida y vidriosa, y no dejaba de caer”.
Así empieza el cuento “La Lluvia” que Bradbury publicó en “El hombre ilustrado”, debo reconocer que el género literario no conciliaba con mis intereses pero me ha sorprendido.
A Bradbury (como a muchos autores) uno lo puede interpretar desde el punto de vista superficial, con lo que muchas veces se quedará disconforme por la ambigüedad o sus finales abiertos, o buscar en la trama un significado metafórico.
Como me gusta complicarme la cabeza elijo la segunda alternativa.
Casi se podría decir que el enemigo de los protagonistas es la implacable lluvia venusiana, que no los deja dormir, les dificulta avanzar, los confunde, clarea sus pieles y todo lo que está alrededor y poco a poco los lleva a la locura.
Los protagonistas van en búsqueda de una cúpula solar después de la colisión de su nave, ésta, es una habitación construida por los humanos en Venus para protegerse de la inclemencia del tiempo. A medida que la trama avanza se van acercando pero muchas veces ven frustrados sus intentos.
Mientras leía el relato pensaba en el simbolismo de esa lluvia, puede ser como las circunstancias que vivimos y nos agobian, nos quitan las fuerzas y producen en nosotros necesidad de descanso y paz.
Todos los humanos vivimos debajo de la lluvia, buscamos con todas nuestras  fuerzas hallar una cúpula solar que nos deje descansar un rato, tomar sol, secarnos, hallar alimento y recobrar fuerzas. Necesitamos paz, nos cansamos de andar por el mundo disfrutando momentos de felicidad efímeros para encontrar nuevamente a la salida la aquerosa tormenta.
Esa búsqueda de paz puede serte inconsciente muchas veces y otras no, probablemente te ha llevado a lugares erróneos, a cúpulas solares vacías o destruidas que no tenían lo que te prometieron o creías te brindarían.
Finalmente muchos se cansan, la lluvia los abruma, se vuelven locos, se suicidan o quedan simplemente tirados esperando un desenlace fatal, pero están lo que insisten, buscan y finalmente la encuentran, llegan a la cúpula y disfrutan el calor, la luz, el descanso, la provisión. En ella encuentran a otros que también han pasado por esa búsqueda y con quienes pueden compartir su vida y experiencia.


Quienes hemos conocido a Dios y hemos experimentado su gracia y misericordia sabemos que hemos hallado la cúpula,  que aunque afuera llueva y la tormenta se insinúe estamos en lugar seguro y como dice el salmista: “Diré yo al SEÑOR: Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios, en quien confío” porque “Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio; escudo y baluarte es su fidelidad. No temerás el terror de la noche, ni la flecha que vuela de día, ni la pestilencia que anda en tinieblas, ni la destrucción que hace estragos en medio del día”.


Quizá algunos de ustedes aún estén buscando, puede que haga mucho tiempo o que recién se haya hecho consciente. No te puedo prometer que en Dios vas a ser rico, dejarás de tener problemas, tu familia va a ser perfecta, conocerás al amor de tu vida u obtendrás el premio nobel de la paz, pero sí te puedo asegurar que vas a hallar paz, descanso, seguridad y que tu perspectiva hacia la vida y las circunstancias va a ser cambiada y tus fuerzas renovadas.


Sin duda Dios ama a todos los seres humanos y quiere que hallen en Él todo lo que necesitan pero eso requiere compromiso, porque la iniciativa en la reconciliación la tuvo Dios cuando envió a Jesucristo. Es necesario que el hombre reconozca que necesita a Dios, que se sepa impotente, se dé cuenta que en la búsqueda de la satisfacción ha errado muchas veces el camino y ha pecado, y, que además de todo esto, esté dispuesto a dejarlo todo atrás para encontrar verdadera paz y empezar una nueva vida.
Hoy podés dejar la tormenta y hallar la paz, Dios te espera con los brazos abiertos para que en Él halles descanso, pero la decisión es tuya…

Si hay algo en que te puedo ayudar escribime a daianaavondet@hotmail.com

miércoles, 11 de mayo de 2011

El ruiseñor y la rosa - Oscar Wilde

-Dijo que bailaría conmigo si le llevaba una rosa roja -se lamentaba el joven estudiante-, pero no hay una solo rosa roja en todo mi jardín.
Desde su nido de la encina, oyóle el ruiseñor. Miró por entre las hojas asombrado.
-¡No hay ni una rosa roja en todo mi jardín! -gritaba el estudiante.
Y sus bellos ojos se llenaron de llanto.
-¡Ah, de qué cosa más insignificante depende la felicidad! He leído cuanto han escrito los sabios; poseo todos los secretos de la filosofía y encuentro mi vida destrozada por carecer de una rosa roja.
-He aquí, por fin, el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Le he cantado todas las noches, aún sin conocerlo; todas las noches les cuento su historia a las estrellas, y ahora lo veo. Su cabellera es oscura como la flor del jacinto y sus labios rojos como la rosa que desea; pero la pasión lo ha puesto pálido como el marfil y el dolor ha sellado su frente.
-El príncipe da un baile mañana por la noche -murmuraba el joven estudiante-, y mi amada asistirá a la fiesta. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la tendré en mis brazos, reclinará su cabeza sobre mi hombro y su mano estrechará la mía. Pero no hay rosas rojas en mi jardín. Por lo tanto, tendré que estar solo y no me hará ningún caso. No se fijará en mí para nada y se destrozará mi corazón.
-He aquí el verdadero enamorado -dijo el ruiseñor-. Sufre todo lo que yo canto: todo lo que es alegría para mí es pena para él. Realmente el amor es algo maravilloso: es más bello que las esmeraldas y más raro que los finos ópalos. Perlas y rubíes no pueden pagarlo porque no se halla expuesto en el mercado. No puede uno comprarlo al vendedor ni ponerlo en una balanza para adquirirlo a peso de oro.
-Los músicos estarán en su estrado -decía el joven estudiante-. Tocarán sus instrumentos de cuerda y mi adorada bailará a los sones del arpa y del violín. Bailará tan vaporosamente que su pie no tocará el suelo, y los cortesanos con sus alegres atavíos la rodearán solícitos; pero conmigo no bailará, porque no tengo rosas rojas que darle.
Y dejándose caer en el césped, se cubría la cara con las manos y lloraba.
-¿Por qué llora? -preguntó la lagartija verde, correteando cerca de él, con la cola levantada.
-Si, ¿por qué? -decía una mariposa que revoloteaba persiguiendo un rayo de sol.
-Eso digo yo, ¿por qué? -murmuró una margarita a su vecina, con una vocecilla tenue.
-Llora por una rosa roja.
-¿Por una rosa roja? ¡Qué tontería!
Y la lagartija, que era algo cínica, se echo a reír con todas sus ganas.
Pero el ruiseñor, que comprendía el secreto de la pena del estudiante, permaneció silencioso en la encina, reflexionando sobre el misterio del amor.
De pronto desplegó sus alas oscuras y emprendió el vuelo.
Pasó por el bosque como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.
En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verle, voló hacia él y se posó sobre una ramita.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son blancas -contestó-, blancas como la espuma del mar, más blancas que la nieve de la montaña. Ve en busca del hermano mío que crece alrededor del viejo reloj de sol y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía entorno del viejo reloj de sol.
-Dame una rosa roja -le gritó -, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el rosal meneó la cabeza.
-Mis rosas son amarillas -respondió-, tan amarillas como los cabellos de las sirenas que se sientan sobre un tronco de árbol, más amarillas que el narciso que florece en los prados antes de que llegue el segador con la hoz. Ve en busca de mi hermano, el que crece debajo de la ventana del estudiante, y quizá el te dé lo que quieres.
Entonces el ruiseñor voló al rosal que crecía debajo de la ventana del estudiante.
-Dame una rosa roja -le gritó-, y te cantaré mis canciones más dulces.
Pero el arbusto meneó la cabeza.
-Mis rosas son rojas -respondió-, tan rojas como las patas de las palomas, más rojas que los grandes abanicos de coral que el océano mece en sus abismos; pero el invierno ha helado mis venas, la escarcha ha marchitado mis botones, el huracán ha partido mis ramas, y no tendré más rosas este año.
-No necesito más que una rosa roja -gritó el ruiseñor-, una sola rosa roja. ¿No hay ningún medio para que yo la consiga?
-Hay un medio -respondió el rosal-, pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.
-Dímelo -contestó el ruiseñor-. No soy miedoso.
-Si necesitas una rosa roja -dijo el rosal -, tienes que hacerla con notas de música al claro de luna y teñirla con sangre de tu propio corazón. Cantarás para mí con el pecho apoyado en mis espinas. Cantarás para mí durante toda la noche y las espinas te atravesarán el corazón: la sangre de tu vida correrá por mis venas y se convertirá en sangre mía.
-La muerte es un buen precio por una rosa roja -replicó el ruiseñor-, y todo el mundo ama la vida. Es grato posarse en el bosque verdeante y mirar al sol en su carro de oro y a la luna en su carro de perlas. Suave es el aroma de los nobles espinos. Dulces son las campanillas que se esconden en el valle y los brezos que cubren la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida. ¿Y qué es el corazón de un pájaro comparado con el de un hombre?
Entonces desplegó sus alas obscuras y emprendió el vuelo. Pasó por el jardín como una sombra y como una sombra cruzó el bosque.
El joven estudiante permanecía tendido sobre el césped allí donde el ruiseñor lo dejó y las lágrimas no se habían secado aún en sus bellos ojos.
-Sé feliz -le gritó el ruiseñor-, sé feliz; tendrás tu rosa roja. La crearé con notas de música al claro de luna y la teñiré con la sangre de mi propio corazón. Lo único que te pido, en cambio, es que seas un verdadero enamorado, porque el amor es más sabio que la filosofía, aunque ésta sea sabia; más fuerte que el poder, por fuerte que éste lo sea. Sus alas son color de fuego y su cuerpo color de llama; sus labios son dulces como la miel y su hálito es como el incienso.
El estudiante levantó los ojos del césped y prestó atención; pero no pudo comprender lo que le decía el ruiseñor, pues sólo sabía las cosas que están escritas en los libros.
Pero la encina lo comprendió y se puso triste, porque amaba mucho al ruiseñor que había construido su nido en sus ramas.
-Cántame la última canción -murmuró-. ¡Me quedaré tan triste cuando te vayas!
Entonces el ruiseñor cantó para la encina, y su voz era como el agua que ríe en una fuente argentina.
Al terminar la canción, el estudiante se levantó, sacando al mismo tiempo su cuaderno de notas y su lápiz.
"El ruiseñor -se decía paseándose por la alameda-, el ruiseñor posee una belleza innegable, ¿pero siente? Me temo que no. Después de todo, es como muchos artistas: puro estilo, exento de sinceridad. No se sacrifica por los demás. No piensa más que en la música y en el arte; como todo el mundo sabe, es egoísta. Ciertamente, no puede negarse que su garganta tiene notas bellísimas. ¿Que lástima que todo eso no tenga sentido alguno, que no persiga ningún fin práctico!"
Y volviendo a su habitación, se acostó sobre su jergoncillo y se puso a pensar en su adorada.
Al poco rato se quedo dormido.
Y cuando la luna brillaba en los cielos, el ruiseñor voló al rosal y colocó su pecho contra las espinas.
Y toda la noche cantó con el pecho apoyado sobre las espinas, y la fría luna de cristal se detuvo y estuvo escuchando toda la noche.
Cantó durante toda la noche, y las espinas penetraron cada vez más en su pecho, y la sangre de su vida fluía de su pecho.
Al principio cantó el nacimiento del amor en el corazón de un joven y de una muchacha, y sobre la rama más alta del rosal floreció una rosa maravillosa, pétalo tras pétalo, canción tras canción.
Primero era pálida como la bruma que flota sobre el río, pálida como los pies de la mañana y argentada como las alas de la aurora.
La rosa que florecía sobre la rama más alta del rosal parecía la sombra de una rosa en un espejo de plata, la sombra de la rosa en un lago.
Pero el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó más contra las espinas y su canto fluyó más sonoro, porque cantaba el nacimiento de la pasión en el alma de un hombre y de una virgen.
Y un delicado rubor apareció sobre los pétalos de la rosa, lo mismo que enrojece la cara de un enamorado que besa los labios de su prometida.
Pero las espinas no habían llegado aún al corazón del ruiseñor; por eso el corazón de la rosa seguía blanco: porque sólo la sangre de un ruiseñor puede colorear el corazón de una rosa.
Y el rosal gritó al ruiseñor que se apretase más contra las espinas.
-Apriétate más, ruiseñorcito -le decía-, o llegará el día antes de que la rosa esté terminada.
Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.
Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.
Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala. Purpúreo era el color de los pétalos y purpúreo como un rubí era su corazón.
Pero la voz del ruiseñor desfalleció. Sus breves alas empezaron a batir y una nube se extendió sobre sus ojos.
Su canto se fue debilitando cada vez más. Sintió que algo se le ahogaba en la garganta.
Entonces su canto tuvo un último destello. La blanca luna le oyó y olvidándose de la aurora se detuvo en el cielo.
La rosa roja le oyó; tembló toda ella de arrobamiento y abrió sus pétalos al aire frío del alba.
El eco le condujo hacia su caverna purpúrea de las colinas, despertando de sus sueños a los rebaños dormidos.
El canto flotó entre los cañaverales del río, que llevaron su mensaje al mar.
-Mira, mira -gritó el rosal-, ya está terminada la rosa.
Pero el ruiseñor no respondió; yacía muerto sobre las altas hierbas, con el corazón traspasado de espinas.
A medio día el estudiante abrió su ventana y miró hacia afuera.
-¡Qué extraña buena suerte! -exclamó-. ¡He aquí una rosa roja! No he visto rosa semejante en toda vida. Es tan bella que estoy seguro de que debe tener en latín un nombre muy enrevesado.
E inclinándose, la cogió.
Inmediatamente se puso el sombrero y corrió a casa del profesor, llevando en su mano la rosa.
La hija del profesor estaba sentada a la puerta. Devanaba seda azul sobre un carrete, con un perrito echado a sus pies.
-Dijiste que bailarías conmigo si te traía una rosa roja -le dijo el estudiante-. He aquí la rosa más roja del mundo. Esta noche la prenderás cerca de tu corazón, y cuando bailemos juntos, ella te dirá cuanto te quiero.
Pero la joven frunció las cejas.
-Temo que esta rosa no armonice bien con mi vestido -respondió-. Además, el sobrino del chambelán me ha enviado varias joyas de verdad, y ya se sabe que las joyas cuestan más que las flores.
-¡Oh, qué ingrata eres! -dijo el estudiante lleno de cólera.
Y tiró la rosa al arroyo.
Un pesado carro la aplastó.
-¡Ingrato! -dijo la joven-. Te diré que te portas como un grosero; y después de todo, ¿qué eres? Un simple estudiante. ¡Bah! No creo que puedas tener nunca hebillas de plata en los zapatos como las del sobrino del chambelán.
Y levantándose de su silla, se metió en su casa.
"¡Qué tontería es el amor! -se decía el estudiante a su regreso-. No es ni la mitad de útil que la lógica, porque no puede probar nada; habla siempre de cosas que no sucederán y hace creer a la gente cosas que no son ciertas. Realmente, no es nada práctico, y como en nuestra época todo estriba en ser práctico, voy a volver a la filosofía y al estudio de la metafísica."
Y dicho esto, el estudiante, una vez en su habitación, abrió un gran libro polvoriento y se puso a leer.

lunes, 2 de mayo de 2011

Yo no sé mañana...

El otro día charlabamos con una amiga de esta canción, solo conocía un fragmento y debo decir me dejo una impresión bastante fea escucharla completa, y eso porque pienso que refleja la sociedad en la que vivimos y el tipo de "relaciones" que estamos (o mejor dicho, no estamos) construyendo.
La letra de este muchacho Luis Enrique parece surgir de una relación ocasional y dice frases como "yo no sé lo que es eterno no me pidas algo que es del tiempo", "esta noche estamos vivos solo este momento es realidad", "para que jurar y prometer algo que no está en nuestro poder".
Lo que refleja, a mi modo de ver, es que somos parte de una sociedad “light”. Gente que no se compromete a futuro, que vive el momento con intensidad pero cuando este termina son capaces de pasarlo por alto y seguir adelante hacia una nueva experiencia estimulante.
Buscamos (y hablo en plural por ser parte de esta sociedad aunque no comparta el modus operandi) el placer efímero, y en esta búsqueda, pocas veces hay un verdadero compromiso emocional. No solo las relaciones amorosas suceden a este nivel superficial, pulsional, químico; las amistades también han padecido esta superficialización y banalidad.

El deseo de pasar el momento “sin penas ni glorias”, o con glorias efímeras sin tener en cuenta al otro, es la más triste manifestación del egoísmo, donde lo que a mí me pasa es lo más importante y mientras todo derive en placer personal es suficiente.
La relación ocasional hoy es tolerada porque se llegó a considerar el acto sexual, y el goce que de él deriva, una necesidad fisiológica que debe ser satisfecha, como si la abstinencia del acto ocasionara la muerte del individuo.
Hay una desinhibición y liviandad que realmente me espanta.
Esas relaciones, que en lo precedente, he llamado ocasionales muchas veces se prolongan en el tiempo. Se pasan buenos ratos, se comparten algunas cosas y hasta quizá surjan algunas expresiones como “te quiero”, “te amo”, “no puedo vivir sin vos”. Pero, en el inconsciente de los participantes, ¿hay una proyección a futuro?, ¿se construye una relación donde los componentes son dos y el otro ocupa un lugar más importante que el yo?.
En las que ya llevan algún tiempo ¿hay una comunicación efectiva y real? ¿son capaces de abrirse el uno al otro sin ocultar nada? ¿comparten luchas, fracasos, frustraciones y no solo las victorias? ¿hay reciprocidad emocional y en el accionar para con el otro?.
Para mi vida quiero algo diferente, quiero (y lo digo con el miriñaque ajustado*) relaciones significativas (en la amistad y en lo amoroso), quiero algo prospectivo y no efímero; no solo porque lo pienso y me parece lo más racional sino porque sé que fuimos creados para relaciones de este tipo. Estoy convencida que Dios en su  poder y soberanía creo seres inteligentes con capacidad de comunicarse, de formar vínculos y de hacer surgir de ello algo positivo.
La esencia de Dios es amor, Su persona trina nos muestra comunicación y compromiso entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. La obra de Cristo revela el amor y el deseo de Dios de acercarse al hombre. El mandato de amar al otro como a mí mismo expone el propósito de Dios para las relaciones.
Sentirse solo, vacío, incomprendido en medio de una relación debiera mostrar al hombre que necesita algo trascendente, que debe cambiar la forma light de pensar y desear algo más. No tenemos que conformarnos y vivir como el resto de la gente cree que está bien.
Estoy convencida que el amor existe y las relaciones relevantes también, solo es cuestión de cambiar la finalidad de la búsqueda.

*es una expresión que me gusta usar cuando creo que mi pensamiento será juzgado como prehistórico

domingo, 17 de abril de 2011

...Estar enfermo...


A modo de introducción:
El término enfermedad es fácil de definir pero tiene una bastedad de manifestaciones que no se podrían considerar todas en un texto. Reparemos entonces en el presente (texto) en cualquier alteración del estado de salud semi banal en la cual el individuo por motu propio o decisión de terceros deba permanecer en cama.

De comienzo digamos que hay una disimilitud entra la percepción infantil de la enfermedad y la de la adultez, debida a un cambio madurativo, de responsabilidades e intelectual.
Estar enfermo en la infancia podía ser el peor castigo o el mejor paraíso. Quedarse en casa mientras todos estaban en el colegio, tener que hacer las tareas en la cama (situación non grata para algunos y emocionante para otros), los mimos de mamá, la comida en la cama, la televisión que súbitamente se trasladaba de el comedor a la pieza para entretener al niño que se aburría por las largas horas de postración, mirar dibujitos hasta que los ojos se cristalizaban.
Alguna que otra visita y algunos te traían lo que opté por llamar “regalos de enfermedad”, estos eran en general los parientes más cercanos que veían al muchachito tan hastiado que querían hacer más placentera su estadía en cama con alguna golosina, un “chichito”, revista o prestándote la videocasetera vieja para que veas alguna peli que te guste.
El máximo recorrido que se tenía dentro de la casa era de la cama al baño, las exquisiteces culinarias consistían en sopas (en todas sus variedades), pucheros y en una de esas y dependiendo del origen de la indisposición alguna comidita sabrosa. Era como si los cocineros de un hospital se trasladaran a tu casa para hacer la tan conocida y aborrecida por todos: “comida de hospital”.
Más allá de las visitas al médico, los jarabes feos, la aspirina pisada con azúcar en una cucharita de metal, enfermarse tenía su encanto. Realmente los niños que si de algo abundábamos (y seguimos abundando pero en forma discreta) es de un sentimiento egocentrista, nos sentíamos reyes dignos de toda la atención.
Después uno se hace grande y enfermar tiene otro precio y color. Si vivís solo, es esa sensación de desamparo que te brinda la enfermedad de que aunque no queres o crees no poder tenés que hacer las cosas, y si tenés familia, no te podés dar el lujo de estar horas en la cama cuando el "mundo" alrededor tuyo se sigue moviendo, ello acrecentado por el hecho de que seas ama de casa y tengas que cocinarle a tu marido y a los chicos, lavar, planchar y demás quehaceres hogareños.
No podés faltar al trabajo por cuadros "banales", necesitás un certificado, te envían un médico de la empresa, y obviamente, nadie te va a traer la tarea del laburo a casa para que la termines. Pero… ¿qué es banal? ¿para quién es banal?, a mi me duele loco, me pincha acá, tengo fiebre, tos, la cabeza me va a explotar y tengo esa sensación de que...
En fin, en la adultez lo que solía ser una aventura llena de mimos se transforma ahora en un campo de batalla entre el inmundo microorganismo que te ataca y vos que estás dispuesto a agotar los recursos para erradicarlo de tu vida. Vengan a mi todos los antibióticos (prescriptos y autoprescriptos), antiinflamatorios, antiespasmódicos, remedios caseros, la receta de la vecina, la barrita de azufre, el azafrán, pimienta en grano, el saquito de te del mediodía y la mar en coche. De lo contrario, solo queda el mítico y oculto recurso del control mental de las funciones orgánicas y en esto el especialista es el Dr. Dwight Schrute ( http://youtu.be/Ytx1P7P4XXk ).
Mis queridos adultos enférmense con precaución este invierno. Empiecen a usar bufanda, guarden en el bunker provisiones (fideos, enlatados, te negro, galletitas, mermelada, etc), báñense dos horas antes de salir a la intemperie, abandonen el tabaco, vacúnense contra la gripe A, B, C, D, X y las que inventen, compren un termómetro, entrenen para nebulizarse con vapor y cualquier duda consulte a su matriculado mas cercano.  

sábado, 19 de marzo de 2011

cuando sea grande...

¿qué quiero ser cuando sea grande?, yo quiero ser doctora, porque los doctores curan a la gente, va, no sé si curan, pero al menos hacen el intento.
Me gusta la gente, pero no me gusta verla llorar; a veces no lloran para afuera, pero tienen cara como cuando mamá no me deja agarrar los caramelos que están en la alacena. Los doctores tampoco pueden curar a la gente, ponen curitas y limpian con un líquido marrón que te puede manchar la ropa. Son lindos los guardapolvos blancos ¿no?.
Alguna veces cuando te cortás hondo hacen como cuando mama me arregla la ropa, solo que no te ponen botones.Sí, definitivamente quiero ser doctora, aunque me pone triste saber que no voy a curar a la gente, ¿sabés por qué? porque está lastimada, y más hondo de lo que puede unir un hilo o puede limpiar ese líquido marrón.
Tienen algo en el corazón que hace que se sientan así como cuando hace rato que no comés y te duele la panza. Creo que le llaman “vacío”. Mamá le dice vacío al asado del domingo pero yo  creo que es mas como cuando un vaso se queda sin agua, como cuando nos mudamos y dejamos la casa vieja sin ningún mueble.
Debe ser triste sentirse vacío. Capaz es como el día que mamá y papá estaban en el patio y yo sentí que estaba solita, que no había nadie para cuidarme, que si yo desaparecía nadie se iba a dar cuenta, y que ahora yo tenía que hacer todo. Ese día lloré mucho, hasta que mamá y papá me escucharon y vinieron a abrazarme.
Me gusta mucho la gente, y no quiero que se sienta solita, que se sienta “vacía”. Mamá y papá me dijeron que había una forma de no sentirse así. Me hablaron de Jesús, me dijeron que no estaba solita, que él me cuidaba; ahora en casa, en la escuela, cuando sea doctora, y que también quiere estar con la gente: con los que lloran, con los que no pero tienen ganas, también con los que se están riendo, con todos.
Quiero ser doctora para ayudar a la gente a curarse por fuera, pero que también encuentren la cura para adentro, para el corazón.
¿Falta mucho para que sea grande?